Los tiempos de Andrés.
Conocimos a Andrés Allamand en los noventa. Era entonces un liberal a medio lograr, un bicho raro dentro de una derecha que defendía sin asco ni reservas el legado del Gobierno Militar, al que miraban con indisimulada nostalgia y que, so cualquier pretexto, no dudaban en convocar.
Poco se entendía entonces su discurso. En su propio sector,
por no abrazar ninguno de los axiomas en torno a los cuales se articulaba el leif motiv de la derecha de la época. En
la izquierda, porque más allá de las simpatías que podía despertar, su actitud
poco confrontacional planteó serias dudas acerca de la sinceridad de sus
convicciones.
Sin embargo, fueron los resultados electorales los que
reflejaron de mejor medida el ningún arrastre de su arenga. Elección tras
elección, los resultados nunca le fueron favorables a excepción de su período
en la Cámara de Diputados, a la que llegó arrastrado por su compañero de lista,
y su período como Senador, interrumpido por su nombramiento ministerial y que
obtuvo siendo candidato único en una circunscripción en la que la derecha tiene
una alta votación.
De su travesía por el desierto, pretenciosa nomenclatura
autoimpuesta a un período sabático tras perder una elección senatorial por
Santiago Poniente (en la que fue elegido su compañero de lista, el UDI Carlos
Bombal), nos quedó solamente un libro. Y de su teoría del desalojo, no hay más
registro que el poco eco que causó en su propio sector.
¿Qué pudo pasar para que el prometedor Allamand de los
noventa se convirtiera, hoy, en un candidato presidencial de segundo orden,
apabullado por un ex ministro debutante en estas lides y sin ningún pasado
político?
Siempre ha habido mucha distancia entre el sentir de la
gente, de la calle, y el discurso de Allamand. Mientras en Chile enfrentábamos una
de las crisis económicas más difíciles de la historia reciente, sabíamos de él
por las entrevistas que le hacía revista Cosas desde Washington. Cuando
teníamos a una presidenta marcando niveles de aprobación récord, nos hablaba
del desalojo. Y cuando los temas en Chile son la desigualdad y la crisis de
representatividad, Allamand enfoca sus energías en atacar a la ex presidenta
Bachelet y en marcar su diferencia con el abanderado de la UDI Lawrence
Golborne, señalando a su haber su dilatada carrera política, siendo del caso
que esta última es más bien una poco edificante sucesión de derrotas electorales.
Algo pasa con las épocas de Allamand. Sus ideas, sus
actitudes y finalmente sus discursos pueden lucir entusiastas, pero fuera de
tiempo. Cuando la derecha defendía a rajatabla la obra del Gobierno Militar, él
aparecía cuestionando aquella idea, en circunstancias que entonces era la
columna vertebral de su sector. Cuando la derecha liberal florecía, el niño
símbolo de esta cruzada se encontraba dando clases en Washington. Y cuando
todos percibimos en la ex Presidenta Bachelet a una figura potente, que supo
interpretar a la ciudadanía como nadie más lo hizo, capitalizando para sí misma
los logros de la Concertación, él insiste en atacarla.
Allamand parece olvidar que si discurso debe dirigirse al
ciudadano de a pie, que probablemente nunca consideró seriamente votar por él, que
siente más empatía por el ferretero de Maipú que por su dilatada trayectoria y
que, además, tiene en la ausencia de propuestas fundadas sospechas que tras los
ataques hay un impresentable vacío.
Tal vez te falta calle, cabrito.
Etiquetas: Alianza, Andres Allamand, Gobierno, Política, Presidenciales 2014, RN
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