sábado, agosto 27, 2005

Declaracion de suma cero...

Un alto líder de la derecha chilena declaró hace algunos días, en singular ánimo de pitoniso, que la llegada al poder de Michelle Bachelet significaría para el país el inicio de una edad moralmente oscura, marcada por el arribo de temas como el aborto, el divorcio o el matrimonio de personas del mismo sexo.

Semejantes palabras, muy poco sustantivas en los hechos, fueron desmerecidas por la aludida con un sonriente "sin comentarios", por demás levemente condimentadas por uno de sus hombres de campaña quien las atribuyó a la desesperación de la derecha, acelerada de un tiempo a esta parte por las enzimas de un no menor número de encuestas.

La derecha parece no haber aprendido nada desde que en 1988 inició un via crucis de elecciones perdidas, tendencia solamente rota en la presidencial de 1999, episodio en el que por demás los factores ambientales (La crisis económica, los cuestionamientos al modelo, el desorden dentro del bloque de gobierno y la tibia adhesión de la DC al candidato del bloque) fueron determinantes.

Al igual que en 1988 la derecha pretende asustar a la opinión pública con el fantasma de los valores. Si entonces era el terrorismo y el desorden, ahora son los temas valóricos (Autobautizados como tales, aún cuando en realidad son de orden pragmático e incluso de políticas públicas) los caballitos de batalla de esta inusual campaña. Aunque claro, con el gral (R) Pinochet ad portas de ser procesado por delitos tributarios (y con muchos de sus amigos, hoy líderes de la derecha, peregrinando a Capuchinos a ver a su hijo Marco Antonio) y con Lavín recolectando votos entre indígenas (minoría que históricamente ha contado con el rechazo de la derecha al momento de legislar cerca de sus reinvindicaciones) vestido (¿acaso disfrazado?) como uno de ellos, resulta al menos delicado referirse al tema.

Si en 1988 la política del terror fue contraproducente, aun cuando buena parte de la población tenía razones suficientes para creer aquel argumento, suponer que hoy una parte de la población mire con miedo el debate valórico es un ejercicio casi grosero de ingenuidad política. Las no pocas elecciones que nuestra democracia nos ha otorgado han aguzado el olfato de la opinión pública, al punto que buena parte de ésta advierte este tipo de maniobras y mira con simpatía respuestas como el "sin comentarios" de la "Gordi" (Bautizada así por Nicolás Eyzaguirre).

La sociedad chilena ha cambiado. Baste ver que el inquilino de La Moneda es un hombre hijo de madre viuda, casado en segundas nupcias, agnóstico, abogado y economista, ex profesor universitario y que gusta de pasar sus vacaciones en una sencilla casa escondida en un sector semi-rural, (perfil brutalmente distinto al del presidente tradicional) y aún así su gobierno se despedirá con cifras históricamente altas de aprobación (Superiores a la votación que le permitió llegar al cargo).

Y así como la sociedad chilena eligió a un hombre rupturista como presidente (y probablemente elija por vez primera a una mujer como jefe de estado, sin que nadie crea que luego de eso arderá Troya), esa misma sociedad se ha atrevido a debatir, aunque sea de forma encubierta, temas como los derechos de las minorías (homosexuales, mapuches, inmigrantes), el aborto o el divorcio. Al hacerlo hemos destruido una cínica sensación de unanimidad (que buena parte del establishment daba por descontada) o de repudio segun el caso, apareciendo en cada ocasión un variopinto grupo de opiniones disidentes muchas veces ilustradas y que solo la ignorancia de los medios o la miopía de la sociedad civil mantenía oculta.

¿Qué pasaría si debatimos los "temas valóricos"? Probablemente descubramos que las "inmensas mayorías" no son ni tan inmensas ni mucho menos mayorías, que los detractores tienen mucho que decir y que aportar, que las posiciones que congregan a más gente no necesariamente son las suscritas por quienes legislan y que los chilenos no solo no tememos a la pérdida de los consensos (histórica excusa para legislar a medias tintas) sino que podemos, tranquilamente, vivir sin ellos.

Por eso, el fantasma de los "temas valóricos" no asusta a nadie; por el contrario, puede entusiasmar a buena parte del electorado.