jueves, marzo 20, 2008

¿Obama?

Hasta hace muy pocos meses, las primarias americanas prometían ser la reedición de una tragicomedia más o menos conocida. La fiesta era, en verdad, para los medios; una carrera que encubría un final anunciado a gritos desde hace mucho antes y que pondría, luego de vistosos actos cuyo fin era sentar lugar en la prensa, a dos competidores en la cédula electoral: Rudolph Guliani y Hillary Clinton.

El ex alcalde de Nueva York encarnaba las esperanzas de superar la unánimemente nefasta gestión de George W. Bush. El hombre que endosó para sí el concepto de “tolerancia cero”, estrategia desde la que explica la reducción de la criminalidad en la ciudad que estuvo a su cargo, no fue capaz de mantener ese capital en el tiempo y sucumbió ante otros candidatos en la búsqueda de la nominación. John McCain, un senador republicano cuya campaña estuvo al borde de la bancarrota, remontó en las encuestas y logró convertirse en triunfador en la que sería la gran sorpresa de las primarias republicanas.

El cuadro demócrata, en tanto, no ha sido un mar de aguas calmas. Tras las primeras jornadas, la contienda se despejó en torno a dos rivales: el senador afroamericano Barack Obama y la senadora y ex-primera dama, Hillary Clinton. Cualquiera sea el resultado, por primera vez sería una mujer o un hombre de raza negra, el candidato del partido progresista (era que no).

Sin embargo, el escenario perdió de a poco lo esperable, conforme Obama ganaba las primarias de estados importantes y sumaba delegados hasta superar el número de los de Hillary Clinton. Los análisis se volcaron, entonces, a la figura del senador: por una parte, se buscaba explicar su irrupción en la primera línea demócrata y por otro, se escudriñaron detalles de su historia que pudieran arrojar luces acerca de su carisma.

Obama tiene 47 años. Al terminar sus estudios medios, estudió Ciencias Políticas con mención en Relaciones Internacionales en la Universidad de Columbia. Luego, se estableció en la ciudad de Chicago desde la que se alejó para estudiar Derecho en Harvard, donde fue elegido el primer presidente negro del Harvard Law Review y se graduó con magna cum laude. De regreso, trabajó como profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Chicago.

En el plano familiar, está casado con Michelle LaVaughn Robinson, socióloga (graduada con la distinción cum laude) de la Universidad de Princeton y Phd. en Derecho de la Universidad de Harvard. Conoció al senador mientras ambos trabajaban en un estudio de abogados, tras lo cual contrajeron matrimonio en 1992 y en la actualidad tienen 2 hijos.

Uno de los hechos más llamativos de la pareja (y separadamente) es la excelencia de sus acreditaciones académicas. Tanto Obama como su esposa son abogados de una de las universidades más prestigiosas del mundo, graduados con honores en la antesala de prometedoras y rentables carreras en el área privada. Una educación que desafía sus propias historias (ni los padres de Obama ni los de su mujer fueron a la Universidad) y que es testimonio del sentido de las oportunidades del que los norteamericanos se ufanan en el mundo entero.

Sin embargo, este punto también tiene otra lectura. La historia de Obama dista mucho de ser reflejo fiel (o creíble) del electorado al que busca representar. El votante de Obama no ve en su líder al esforzado hombre de color que a fuerza de esfuerzo y talento, logró doblar la mano al destino convirtiéndose en un testimonio de éxito. Por el contrario, ve en este abogado de Harvard a un brillante profesional, representante de una generación que mira con simpatía al libre comercio, que ha conquistado espacios más con peso intelectual que con carisma y al cual no le importa tanto lo dubitativo de sus respuestas ante la estrella de CNN Anderson Cooper, con tal que incorpore a la primera línea de su discurso temas tales como el calentamiento global o la biotecnología.

El norteamericano promedio, más aún el votante demócrata, difícilmente puede ver en Obama una realidad parecida a la propia. No solo por lo excepcional de su carrera sino por lo que éste representa: el progresismo dentro del partido progresista. En tiempos de crisis económica, con más dudas que certezas en el horizonte y tras siete años de una conducción política y económica que pasará tristemente a la historia, no parece ser el momento para cambios profundos, ni para preocuparse del medio ambiente o para hacer de la economía una herramienta de buena vecindad. Por el contrario, las tradicionales recetas proteccionistas aparecen al tiempo que el facilista discurso que culpa al free trade de todos los males, en una dinámica que no deja espacio para pensar en bio-combustibles o en aumentar los impuestos. Ya no importa recuperar el respeto del mundo entero, si la estabilidad de la frágil economía doméstica está en juego.

El votante más esquivo de Obama acaba siendo, curiosamente, aquel que se debería sentir identificado con él. El discurso de avanzada que señala un cambio en tiempos de crisis (cuando todo lo que no huela a certeza es visto casi como un acto de crueldad), abandonando temas como el proteccionismo del empleo o el aumento del gasto fiscal (que forman parte del menú fijo de la oferta demócrata) separan, inexorablemente, al abogado afroamericano de quienes constituyen su público natural. Para un segmento del electorado aparece como irresponsable hablar del calentamiento global cuando las cifras de desempleo han dejado de ser buenas noticias, y francamente no entienden este progresismo de academia.

Sin embargo es precisamente esta mezcla la que ha encandilado a los norteamericanos. Se trata de un hombre que no tiene los traumas de la lucha racial, que ha conocido del éxito en su vida académica, profesional y personal a costa de esfuerzos y trabajo y que, sacudido del tradicional ideario de su partido, ha reenfocado su discurso a temas del siglo XXI. Con ello, ha marcado la diferencia respecto de una candidata que parece representar los estertores de formulas pasadas (para las que pide una segunda oportunidad), interpretando de paso a una nueva generación de líderes y electores, como lo testimonia la activa inclusión de Oprah en su campaña.

Solo resta esperar cómo ha de resolverse la nominación primero, y la elección después. Porque, al parecer, los pronósticos han sido superados holgadamente por los cada vez más sorpresivos hechos y éstos, así como las personas, son proyectables pero siempre impredecibles.