viernes, julio 20, 2007

Nada que ver

Han pasado tres semanas desde que Canal Sony retiró de su parrilla el programa “Nada Que ver”. La serie animada sacó ronchas por su tono ácido, su mirada crítica pero por sobre todo por su caricaturización satírica de la realidad y de sus protagonistas. Duró tres semanas y alcanzó a ser emitida igual cantidad de veces.

Adicionalmente (y tal como si se quisiera borrar todo rastro de esta animación) fueron bajados de YouTube los fragmentos de la serie. Lo anterior a petición de Sony y alegando un atentado contra los derechos de autor.

La sociedad chilena en particular (acusando recibo de un hecho que tiene características mundiales) ha ido, lentamente, entendiendo la libertad de expresión como un componente importante del catálogo de garantías individuales sin las cuales la democracia es, apenas, una quimera. Prácticas tenidas antaño como razonables, como la “prohibición de informar” (que impedía a los periodistas divulgar a cualquier título los detalles de expedientes judiciales so pena de cárcel) no pasan hoy el examen de razonabilidad y prudencia que antes salvaban con holgura.

Sin embargo no basta con ello. Para que el engranaje esté completo (y gire en el sentido correcto) se requiere de un cambio en la actitud de quienes manejan los medios, en orden a abandonar prácticas reaccionarias o clientelistas y asumir un rol más corajudo en la defensa de su derecho a expresión. No es suficiente adherir al concepto de la libertad de expresión si no estamos dispuestos a enarbolar esa bandera en defensa de las nuestras obras y/o del derecho a exhibirlas.

Por ello, todo lo anterior no pasa de ser un discurso si ante episodios como el referido los medios no son capaces de esgrimir el tópico de la libertad de expresión, haciendo a su público cerrar filas ante este estandarte de los valores contemporáneos. Más grave aún si actúan sin más base que insinuaciones (que reconocen como origen el poder político) o simples mensajes sin remitente establecido.

Más sorprende que se trate de una marca global, de las que suelen vanagloriarse de la diversidad que reflejan en sus pantallas (que pensábamos que estaban dispuestos a defender), sin dudar en incorporar esa situación como un activo más. Y claro, la obediencia de Sony no cuadra con esa situación de apertura y respeto que les provee de una excusa para mirarnos con desprecio.

Tal vez en otros tiempos sabremos que pasó con Diana la del túnel; quién ganó en Casa de Dobles o si podremos ver una nueva edición de Coffee Time. De momento, solo sabemos que los mismos de siempre nos dejaron sin nada que ver.