lunes, marzo 16, 2009

¿Por qué no?

Uno de los aspectos más visibles de las crisis es que, conforme se hacen más evidentes, tienden a monopolizar el debate. Los medios, los gremios, los blogs y en general todos los que dicen algo, centran (o centramos) nuestras alocuciones en las predicciones, los diagnósticos o las explicaciones acerca del porqué de lo que estamos viviendo.

Sin embargo, por muy seria que sea la coyuntura económica, una sociedad sana no puede dirigir su mirada hacia una única área de su quehacer, o evaluar el desempeño los poderes del Estado como si el desempleo, la inflación o el crecimiento fuesen la razón de ser de todo nuestro aparataje institucional. No pretendo desmerecer la gravedad de la situación que atraviesa el país (y el mundo), sino que solamente hacer notar que, así como la economía, existen otros aspectos de la realidad que no pueden permanecer en un stand by, hasta que no compitan con la contingencia para entrar en el espacio del debate público.

En días recientes, el precandidato de la Concertación Eduardo Frei (actual senador y ex-Presidente de la República) se ha mostrado dispuesto a debatir acerca del aborto terapéutico. La expresión, que como tantas otras cruza campos tan disímiles como el Derecho y la Medicina, reveló posiciones tan diversas dentro del mismo conglomerado oficialista, que se anticipa una discusión ardua y participativa, que es (al final del día) la manera como, por definición, las democracias resuelven sus conflictos. Sebastián Piñera, el candidato de la oposición, se declaró “provida,” lo que en el parecer del ex-senador le impide abrir el debate sobre el punto, acusando de paso a Frei de transar principios por razones electorales.

Piñera es un empresario. Político part time hasta hace poco tiempo atrás, fue senador por Santiago durante un período tras el cual volvió a sus actividades empresariales. Así como con los dos maridos de Doña Flor, la vida pública de Piñera ha sido una vistosa sucesión de acercamientos y alejamientos entre sus actividades de empresario y lo que él llama su “vocación pública”. Conocido por sus respuestas automáticas, muchas de ellas convertidas en desafortunados (y a ratos vacíos) lugares comunes a fuerza de ser repetidas por casi 20 años, este hombre de carácter impulsivo se ha cerrado, sin preguntarle a nadie (ni siquiera a sus socios) al debate en un tema que tiene la fuerza revelar, más allá de los conceptos, cuán capaces son quienes pretenden dirigir los destinos del país de conducir y sintetizar un legítimo ejercicio democrático, con altura de miras, serenidad, firmeza y sensatez.

A veinte años del retorno de la democracia, enfada que una porción de la clase política se crea con el derecho a proscribir temas del debate público, simplemente porque de este ejercicio se anticipa un resultado adverso a los conceptos propios o incómodo para una parte de quienes se pretender representar. Quienes lo hacen, más que dar testimonio de fe con esa conducta, simplemente siembran dudas acerca de sus propias capacidades de defender sus ideas frente a conceptos distintos. Pero, más grave aún, nos hacen dudar de la profundidad de sus concepciones democráticas, al negarle a la plaza pública la posibilidad de someter a escrutinio ideas trascendentes, capaces de determinar sus propias vidas o su manera de entender la sociedad en la que todos vivimos.

Nuestra historia reciente tiene en sus anales un episodio particularmente doloroso de desencuentro; en parte, motivado por una actitud terca de sus protagonistas, que se negaron a revisar nuestra institucionalidad a la luz de un mundo que cambiaba. De aquel trance, algunos se niegan a entender que, en democracias, no hay temas vedados, sino personas que se niegan a debatirlos. Y claro, elecciones que se pueden ganar o perder.