lunes, marzo 31, 2008

Las lecciones de la República

Por estos días la Universidad La República pasa por su momento más triste. Este proyecto, originalmente masón, sucumbió en lo económico por una mezcla de malos manejos, decisiones poco sensatas y falta de capital. El resultado: un déficit tan brutal como inmanejable, que probablemente se aclare solo en Tribunales.

Mucho se ha dicho de la educación superior privada chilena. Algunos acusan falta de regulación; otros, una maraña de reglas muy poco claras y todos, vemos en ello un floreciente negocio.

Hablar del lucro en la educación es, a esta altura del debate, una obviedad. Si la alternativa la constituye una educación superior estatizada, de pocas plazas y ergo, de acceso solo para una elite, la idea de hacer de esta actividad una industria rentable parece sensata. En efecto, si lo que obtenemos a cambio es el acceso para muchos más, en establecimientos de calidad a precios competitivos, aumentando de paso el número de profesionales egresados (motor de cualquier economía que aspire a crecer), cuestionar el sistema desde la trinchera ya abandonada del intervencionismo solo le resta lucidez al análisis.

No nos perdamos: la crisis por la que actualmente cruza la Universidad La República (y que antes han atravesado otras instituciones de educación superior) no se explica desde deficiencias regulatorias o falta de fiscalización, sino se debe a decisiones de conducción que demostraron no ser acertadas. Sus directivos, personas de renombre pero sin experiencia empresarial, no pudieron o no supieron proyectar en lo económico una institución que en lo académico siempre fue viable.

Cuando las empresas, y las universidades lo son, enfrentan los primeros síntomas de episodios complejos (números rojos, déficit creciente e insuficiente flujo de caja) suelen adoptar de inmediato políticas de racionalización que suelen ir de la mano de una profesionalización de la administración. Así como cuando enfermas vas al médico, cuando las empresas estornudan o tosen se hace necesaria la intervención de un especialista, usualmente externo que pueda mirar con distancia el estado de los negocios y que no tenga compromisos con los socios o con los administradores.

A juzgar por los hechos, a estas alturas conocidos por todos, lejos de convocar a especialistas que pudieran reflotar desde la crisis, la Universidad decidió automedicarse. Desde una junta directiva sin experiencia empresarial y con una estructura de funcionamiento digna de una microempresa familiar, las decisiones tomadas acabaron profundizando silenciosa y progresivamente una situación que nunca destacó por ser ejemplo de solvencia. Un plan de expansión tan oneroso como ingenuo, hecho sobre la base del entusiasmo antes que fruto de un requerimiento de mercado, se convirtió en el último acto de una tragicomedia que acabó desfinanciando el proyecto educacional.

El creciente número de instituciones de educación superior, consolidadas a partir de una mezcla de decisiones académicas y económicas en manos de especialistas, son el mejor reflejo del planteamiento. Conduciendo su evolución académica y comercial por caminos distintos, a veces fuertemente guiadas por ideas matrices, han demostrado que bien dirigidos, estos proyectos son viables no solo en lo económico sino también en lo académico.

Resulta lamentable, por lo mismo, la situación de la Universidad La República. Aunque podemos aprender todos lecciones acerca de la gestión del aspecto empresarial de este tipo de proyectos, antes que levantar las añosas pancartas de la regulación y el intervencionismo, desconociendo las historias de éxito que en condiciones muy parecidas sino idénticas otras instituciones han construido.