jueves, julio 31, 2008

Hasta la vista, Doha

Trascendió este martes, que los países participantes de las negociaciones de la Ronda de Doha dieron por desahuciadas las tratativas. La Ronda de Doha, ópera prima de la Organización Mundial del Comercio, son un conjunto de negociaciones que pretenden liberalizar el comercio mediante el derribamiento de las barreras arancelarias, tanto de economías desarrolladas como de aquellas que no lo son.

El camino no ha sido fácil. Por el contrario, la tarea de compatibilizar las demandas de aquellos que buscan mercados, se ha enfrentado a las férreas defensas de quienes pretenden proteger economías locales ineficientes (a sabiendas del alto costo social que éstas tienen).

Sin embargo, las negociaciones han permitido despejar, con irrefutable claridad, las dos almas que en esta materia es posible distinguir; la de quienes creen en el libre comercio como catalizador del desarrollo económico (porque en sus propias realidades encuentran irrefutables pruebas de aquello) y la de quienes, desde el escepticismo, se niegan a aceptar y a suscribir tal tesis.

El libre comercio como política económica, no obstante, es cada vez menos un acto de fe. Si bien hace 30 años nos permitíamos dudar de quienes sostenían desde la comodidad de la academia, que el intercambio libre de bienes y servicios era una condición sin la cual el crecimiento económico no era sostenible en el largo plazo, hoy los hechos le han dado la razón a quienes pregonaban tal discurso.

Sin embargo, en las naciones desarrolladas es donde ha resultado más difícil el triunfo de estas ideas. Lo anterior, encuentra su explicación en el hecho de tratarse de economías en las cuales las políticas proteccionistas alcanzan a sectores completos de su actividad económica, que han crecido y se han moldeado con la ineficiencia característica de los sectores que gozan de subsidios, aún cuando ello se hace a costa de disminuir la competitividad de quienes deben (impuestos mediante) contribuir al financiamiento de tales franquicias. A su vez, tales granjerías son oportuna y férreamente defendidas por quienes las disfrutan, desde organizaciones que los agrupan y que anuncian sin siquiera sonrojarse, el Apocalipsis de naciones completas con el término de tales prácticas.

El futuro de la Ronda de Doha pasa, como casi todo en la vida, por un sinceramiento de las voluntades de quienes concurren. Basta de hablar del libre comercio como si fuera una especie de concesión generosa de los países desarrollados hacia los que no lo son. Lo cierto es que se trata más bien de la única oportunidad de expansión de economías estranguladas por mercados internos que ya no son capaces de absorber la oferta de sus propias empresas, menos aún cuando la entrada de productos de mejor calidad y de empresas eficientes, les resta competitividad. Una vez que todos entendamos este hecho, y no pretendamos desmentirlo con solo mirar el techo, estaremos por fin en la senda correcta. Hasta entonces, las Rondas continuarán siendo reuniones diplomáticas de largo aliento en las que se come rico, se habla mucho pero no se avanza en nada.