sábado, octubre 25, 2008

La Vecinita Tiene Antojo



En menos de una semana, la presidenta argentina le puso una lápida al único componente racional de la surrealista economía argentina: las AFJP. El sistema privado de administración de los fondos para la jubilación, copia a carbón de experiencias similares, no pudo contra las malas políticas económicas, la insensatez fiscal ni la necesidad de caja del fisco.

Desde hace mucho tiempo que Argentina no es un destino deseable para los inversionistas. Entre los índices de corrupción, la devastadora evasión fiscal (y la ninguna voluntad política de combatirlo) y la dramática ausencia de criterios técnicos en la toma de decisiones económicas trascendentales, las ventajas comparativas del país de Perón se desvanecieron en las manos de quienes dicen defender su legado.

Las AFJP, obligadas a invertir en papeles del gobierno argentino (promesas de pago que gozan de las peores calificaciones en la materia) nunca pudieron rentar como esperaban los cotizantes y los operadores. Y el gobierno, lejos de generar ingresos que permitieran pagar esos bonos o al menos financiar en una proporción razonable el aparato público, adoptó por costumbre el recurrir a este dinero tan fácilmente habido para usarlo como combustible del aparato estatal.

Cuando se creó el sistema de AFJP´s la idea contenía un aura refundacional. No solo por sustraer al Estado de una tarea que, en la experiencia argentina, había sido una hemorragia de recursos que amenazaba la salud del anémico fisco argentino, sino porque por vez primera aseguraba al ciudadano de a pie que, más allá del siempre incierto futuro patrio, las platas para su jubilación estarían a recaudo de una institución independiente, elegida por el mismo cotizante de entre varias de su tipo, lejos de las insaciables mandíbulas del Estado argentino e invertidas en instrumentos mucho más visibles que la siempre nebulosa caja fiscal.

Y aunque algunas voces alegaban por las injustas comisiones, como si la administración de los fondos debiera ser una prestación gratuita, en rigor el sistema de capitalización individual entregaba un nivel de transparencia poco habitual en el país del tango. Las personas podrían consultar su saldo y así apreciar sin distorsiones los fondos que serían el capital de su jubilación, fiel testimonio de lo que había sido su vida laboral y su metodicidad al momento de ahorrar.

¿Qué salió mal? Todo. Invertir en Argentina no es siquiera una opción a largo plazo en los círculos financieros del mundo civilizado, lección aprendida luego de las moratorias y las extorsivas negociaciones de la deuda que le siguieron. Pero las AFJP´s, que estaban obligadas a hacerlo, se vieron de pronto comprando bonos de deuda del Estado argentino, representativos de obligaciones de pago del gobierno argentino cuya historia reciente elevó los niveles del riesgo país a guarismos muy superiores al promedio, incluso, de una región tan poco seria en esta lides como lo es América Latina.

Desacreditadas por las escasas utilidades, sin la opción (que los cotizantes hubieran agradecido tanto) de invertir más allá de las fronteras de su país, en economías serias con manejos responsables y autoridades instruidas, las AFJP tampoco pudieron demostrar en estos años todo su potencial de crecimiento. Para lástima de los argentinos, las AFJP tuvieron que invertir los fondos de sus cotizantes en valores de los peores del mundo, algo así como los barrios bajos del business, a merced de un Estado argentino con fama de rapiña.

La experiencia demuestra que la estatización de la previsión es, por lejos, el peor negocio para los Estados. A medida que la base de trabajadores activos disminuye y la esperanza de vida aumenta, un sistema previsional “solidario”, basado en el financiamiento que los trabajadores activos hacen de las pensiones de quienes se han jubilado, se vuelve insostenible y solo se mantiene en la medida que el Estado lo subvenciona. Situación que en economías del primer mundo ha amenazado las arcas fiscales al punto de forzar los cambios y que en Argentina no tendría por qué ser distinto. Aunque claro, los argentinos creen, como tantas otras veces, que con ellos esto será distinto.