domingo, enero 20, 2013

Los tiempos de Andrés.

Conocimos a Andrés Allamand en los noventa. Era entonces un liberal a medio lograr, un bicho raro dentro de una derecha que defendía sin asco ni reservas el legado del Gobierno Militar, al que miraban con indisimulada nostalgia y que, so cualquier pretexto, no dudaban en convocar.

Poco se entendía entonces su discurso. En su propio sector, por no abrazar ninguno de los axiomas en torno a los cuales se articulaba el leif motiv de la derecha de la época. En la izquierda, porque más allá de las simpatías que podía despertar, su actitud poco confrontacional planteó serias dudas acerca de la sinceridad de sus convicciones.

Sin embargo, fueron los resultados electorales los que reflejaron de mejor medida el ningún arrastre de su arenga. Elección tras elección, los resultados nunca le fueron favorables a excepción de su período en la Cámara de Diputados, a la que llegó arrastrado por su compañero de lista, y su período como Senador, interrumpido por su nombramiento ministerial y que obtuvo siendo candidato único en una circunscripción en la que la derecha tiene una alta votación.

De su travesía por el desierto, pretenciosa nomenclatura autoimpuesta a un período sabático tras perder una elección senatorial por Santiago Poniente (en la que fue elegido su compañero de lista, el UDI Carlos Bombal), nos quedó solamente un libro. Y de su teoría del desalojo, no hay más registro que el poco eco que causó en su propio sector.

¿Qué pudo pasar para que el prometedor Allamand de los noventa se convirtiera, hoy, en un candidato presidencial de segundo orden, apabullado por un ex ministro debutante en estas lides y sin ningún pasado político?

Siempre ha habido mucha distancia entre el sentir de la gente, de la calle, y el discurso de Allamand. Mientras en Chile enfrentábamos una de las crisis económicas más difíciles de la historia reciente, sabíamos de él por las entrevistas que le hacía revista Cosas desde Washington. Cuando teníamos a una presidenta marcando niveles de aprobación récord, nos hablaba del desalojo. Y cuando los temas en Chile son la desigualdad y la crisis de representatividad, Allamand enfoca sus energías en atacar a la ex presidenta Bachelet y en marcar su diferencia con el abanderado de la UDI Lawrence Golborne, señalando a su haber su dilatada carrera política, siendo del caso que esta última es más bien una poco edificante sucesión de derrotas electorales.

Algo pasa con las épocas de Allamand. Sus ideas, sus actitudes y finalmente sus discursos pueden lucir entusiastas, pero fuera de tiempo. Cuando la derecha defendía a rajatabla la obra del Gobierno Militar, él aparecía cuestionando aquella idea, en circunstancias que entonces era la columna vertebral de su sector. Cuando la derecha liberal florecía, el niño símbolo de esta cruzada se encontraba dando clases en Washington. Y cuando todos percibimos en la ex Presidenta Bachelet a una figura potente, que supo interpretar a la ciudadanía como nadie más lo hizo, capitalizando para sí misma los logros de la Concertación, él insiste en atacarla.

Allamand parece olvidar que si discurso debe dirigirse al ciudadano de a pie, que probablemente nunca consideró seriamente votar por él, que siente más empatía por el ferretero de Maipú que por su dilatada trayectoria y que, además, tiene en la ausencia de propuestas fundadas sospechas que tras los ataques hay un impresentable vacío.

Tal vez te falta calle, cabrito.

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