domingo, noviembre 09, 2008

Obama


Hace algunos meses escribí acerca de la carrera por la nominación presidencial en Estados Unidos. Entonces era aún incierto si los demócratas escogerían a una ex primera dama o a un senador afroamericano como carta para llegar a la Casa Blanca. Hoy, todo aquel cuadro ha sido superado por la imagen de Barack Obama celebrando un triunfo muy holgado, en medio de una alegría impensada para una nación que atraviesa por una grave crisis económica.

Los errores de Bush, pero especialmente su pobre desempeño en lo económico, explican buena parte del resultado de la elección. El legado de “W” es un monstruoso déficit fiscal, una guerra sin sentido ni fecha de término (que es la razón de ese déficit) y un mercado de valores que aprovechó en todo lo que pudo la desidia gubernamental.

Uno de los puntos más atractivos de Barack Obama es la ausencia en su campaña, y es de esperar que en su gobierno, de conceptos pétreos en lo que respecta a la economía. Obama no tiene axiomas acerca del rol de Estado o del papel de la Reserva Federal. Tampoco se atrinchera a la hora de hablar del libre comercio y parece entender que no resulta posible una economía sana si no se protege e incentiva a la libre empresa.

Este enfoque fue, precisamente, el que está detrás de la crisis que hemos visto. La administración saliente asumió, inspirada en una teoría económica transformada en ideología, una definición del rol del Estado de total prescindencia. La creencia ciega en la autorregulación hizo que la Casa Blanca tomara palco ante lo que ocurría en Wall Street, discurso que solamente abandonó cuando fue el mismo mercado el que, literalmente, golpeó las puertas del poder pidiendo un poco de oxígeno a la vena, para un sistema que parecía morir ahogado entre toneladas de deuda de mala calidad.

En contraste, Barack Obama no tiene, al parecer, ideas estancas acerca del rol del mercado o de la manera de enfrentar las crisis. El futuro presidente, enhorabuena, entiende el mundo desde un prisma distinto a la aberrante simpleza de su antecesor, George W. Bush (cuya comprensión del medio reducía toda la realidad a buenos y malos, dioses y demonios, amigos y enemigos) y no está dispuesto a inmolar su mandato en la defensa de posturas absolutas. Entiende, por ejemplo, que el auge de la crisis no es el momento de buscar culpables ni de hacer filosofía económica, sino de actuar, evitando la dispersión de los efectos y controlando las pérdidas.

No es un misterio que el candidato favorito de Wall Street era el republicano John McCain. El veterano de guerra se ganó la simpatía del business staff cuando prometió bajar los impuestos a las corporaciones (la manera yankee de decir sociedades comerciales de personas), lo que iba en línea con su visión de reactivar la economía desde las empresas y la producción. Sin embargo, la propuesta cayó en el vacío y terminó de sembrar las dudas no solo acerca de su factibilidad sino acerca de su sensatez, teniendo a la vista el histórico déficit fiscal, cara visible del legado de “W” y del que ahora deberá hacerse cargo el presidente electo.

Siguen siendo un misterio las formas en las que Obama enfrentará los problemas económicos. Y si bien algunas ideas se vislumbraron al fragor de la lucha por los votos, no es menos cierto que no alcanzaron a constituir, en propiedad, un programa que se pudiera poner en marcha con solo poner “Play”. Aunque algo deberá hacerse, antes que la economía norteamericana quede “off”.