martes, septiembre 27, 2005

El Glóbulo Blanco

La única manera de llegar rápidamente al centro desde mi casa, a eso de las seis y media de la tarde, es por la Autopista. Lo sé, porque todo el semestre pasado hice ese trayecto por la caletera y aprendí que lejos de ahorrar por no pagar el tag, gasté varios litros de bencina en los no pocos semáforos que hay entre mi casa y la Universidad.

Por eso, al menos dos veces a la semana, me uno al increíble desfile vehicular que coordinadamente, peregrina de sur a norte atravesando a la ciudad por su mismo centro.

Al salir de la carretera e ingresar al centro, es imposible no advertir el cambio. Las calles llenas de hoyos, los semáforos ilógicos, las micros, los taxis. Así son las grandes ciudades, dicen... Y ahí estaba yo, en alguna parte de Bilbao, entre la Alameda y mi destino final, resignado a que el taxista que me precedía reanudara la marcha que tan abruptamente interrumpió mientras comenzaban a sonar algunas bocinas, el más tradicional método de reclamos que utilizamos quienes manejamos.

Imposible no sentirse un glóbulo blanco. No solamente por lo albo de mi auto (que es efectivamente blanco) sino que más bien por la actitud mia, del taxista y de todos. Aunque finalmente ninguno de nosotros tenía el mismo destino, ahí estabamos, a la espera de la marcha de quien nos precedía encabezando a su vez la de aquellos que estaban detrás nuestro, en un flujo cuya velocidad en verdad no regulabamos pero que podiamos detener en casi cualquier momento.

El semáforo en rojo me da la oportunidad de mirar a otros glóbulos. Cada uno con su historia, sus encantos y sus horrores, sus odios y sus afectos, pero tan indefensos como yo cuando el taxista aquel se detuvo y con ello mi marcha también se vio interrumpida.

Así como la sangre, nosotros llenamos de vida a la ciudad. Transitamos por sus calles, poblamos sus edificios, disfrutamos de las plazas y usamos sus servicios. Como un cuerpo, la ciudad se mueve gracias a la fuerza de sus habitantes... y también se muere si no hay voluntad de llenarla de vida.

Dos horas más tarde bajo por Providencia. Hay capoeira en Plaza Italia. Hay luz. Hay vida. Y yo, en mi glóbulo blanco, espero la luz verde y al día siguiente, cuando de nuevo me toque transitar por las arterias de esta ciudad.