domingo, marzo 08, 2009

Viaje al centro de la crisis


Una de las aristas más interesantes de esta crisis (si es que semejante cataclismo económico puede ser calificado de “interesante”) está en el hecho que los economistas, acostumbrados a hacer vaticinios y a cobrar muy caro por ello, se han abstenido casi en masa de hacer sus tradicionales pronósticos.

Aunque las razones para esta repentina timidez pueden ser muchas, las podemos sintetizar en dos: la falta de precedentes históricos (que impide hacer copy/paste) y la profundidad de la crisis.

En efecto, estamos ante una situación inédita en la historia contemporánea. La crisis, que pensábamos sería superada en la medida que el mal crédito otorgado por los bancos pudiera ser neutralizado, resultó ser algo mucho peor. No solo porque la lista de sectores enteros de la economía que no resistirían una baja en las ventas se ha ido acrecentando de manera exponencial, sino porque no está claro que las recetas tradicionales que se aplican a este tipo de situaciones aseguraran, incluso en el corto plazo, la supervivencia de estas industrias.

La profundidad de esta crisis, asimismo, ha sorprendido a todos. Cuando teníamos razones para creer que el sector financiero sería la única víctima de estas turbulencias, y que la “contaminación” de otras áreas sería más bien parcial, salieron a la luz fraudes bancarios inimaginables y situaciones inverosímiles de insolvencia en empresas de esas cuyas acciones se consideraban activos de primer nivel. Desde entonces ninguna empresa parece ser lo suficientemente segura para invertir, al tiempo que los gobiernos hacen el ridículo intentando mantener a flote sectores enteros de la economía a punta de millonarios paquetes de ayuda, muchos de los cuales no serán devueltos jamás y que, al final del día, simplemente terminan alargando la agonía de empresas ineficientes, que llevan años sin cambios sustanciales que las pongan a tono con sus competidoras que, con menos historia pero más sensatez, han sabido adaptar su oferta a los nuevos requerimientos del mercado.

Todo lo anterior explica, por ejemplo, la disímil reacción de la Unión Europea y Estados Unidos frente a los requerimientos de General Motors. Mientras el gobierno del presidente Obama parece dispuesto a hipotecar la Casa Blanca con tal de mantener dinero en efectivo en la caja de GM, la Unión Europea no entiende esto último como una opción; por el contrario, parece ser partidaria del cierre ordenado de esta empresa ineficiente antes que apostar a un reordenamiento general de la compañía que mezcla buenas intenciones, metas ambiciosas pero, por sobre todo, genera mucha incertidumbre.

Lo que sigue no es mejor. Probablemente muchas de estas empresas, incluso las que han recibido cuantiosos dineros del Estado para apuntalar sus cuentas, serán superadas prontamente por su propia realidad o simplemente, no podrán llevar a cabo las prometidas reingenierías con las que consiguieron los préstamos. Y aunque los gobiernos no parecen sentirlo así, lo cierto es que los paquetes de ayuda no pueden ser ad eternum, no solo porque acaban convirtiéndose en subsidios que catalizan el círculo vicioso de la ineficiencia sino que, además, desnaturalizan el sentido temporal y urgente de tales ayudas.

Sin embargo, no debemos perder la calma. Cuando se trata de buscar los botes salvavidas de este barco que se hunde, más vale no desesperar.