domingo, agosto 28, 2011

Consensos o mayorías.

El movimiento de los estudiantes ha propinado un golpe mortal al modelo político chileno.
Desde los noventa nos habíamos acostumbrado a la lógica de los consensos. Cada cosa se conversaba, se meditaba, se informaba e incluso se discutía con un mosaico de sectores hasta convenir en una fórmula que satisficiera los intereses de todos. Militares, empresarios, partidos políticos sin representación parlamentaria y muchas otras organizaciones participaban en la generación de propuestas, en su depuración y finalmente se mostraban públicamente conformes cuando éstas veían la luz.

Sin embargo, en este modelo la opinión ciudadana era apenas un dato ambiental. La decisión final, se decía, debía obedecer a visiones de largo plazo o a criterios de estado antes que a mayorías puntuales, siempre propensas a equivocarse o a dejarse llevar por pareceres poco sensatos o apasionados.

El modelo funcionó bien mientras despejábamos la maleza; ahora, que nos enfrentamos a verdaderos temas país, hemos descubierto (con fingida sorpresa) que nuestro sistema no funciona.

Lo que nos preguntan los estudiantes no son temas banales; son definiciones conceptuales que se responden con un “si” o un “no” y ante las cuales el modelo de los consensos no tiene nada que hacer. De la respuesta que demos a esas preguntas (como por ejemplo si la educación es o no un bien de consumo) dependerán las transformaciones que haremos al sistema, que hoy ha dejado ver su ninguna sintonía con el sentir social, nuestro estadio de desarrollo y la realidad del país.

Sin la posibilidad de consensos, debemos concurrir a las mayorías, al parecer de la mitad más uno, que será obligatorio para la mitad menos uno y que acaba siendo legítimo en sí mismo. Esas mayorías que, a veces aburridas de golpear puertas, deciden marchar a la vista de quienes las observan atónitos, pretendiéndolas confundidas, politizadas o trasnochadas.

¿Pueden decidir las mayorías? Más aún: tienen el derecho de hacerlo y la política, tiene el deber de honrar esas decisiones y ejecutarlas con la expertise del alfarero; el dictamen de la mayoría que en las manos del artesano toma forma de realizad tangible, de ley, de institucionalidad, de permanencia.

Por cierto, habrá heridos en el camino. Como lo aprendimos en el plebiscito, para que haya una mayoría vencedora debe haber una minoría perdedora, probablemente herida en su orgullo. Pero asimismo, de la forma que tengan de administrar tal derrota habrán de nacer las oportunidades para otros triunfos o para nuevos desafíos.

Es que, a la mitad del camino, encontramos una pared. Podemos saltarla o derrumbarla para continuar caminando; pero no podemos pretender que no existe.